
Como
especialistas en la instalación y calibración de básculas industriales en Sevilla, hemos hablado en anteriores artículos de este blog de la forma en la que
las herramientas de pesaje han ido evolucionando a lo largo del tiempo. Pero centrarnos
únicamente en los instrumentos de medida sería tener una visión demasiado
parcial puesto que las unidades en las que se han pesado los objetos también
han ido variando a lo largo del tiempo.
Hasta el reinado de Isabel II no se impuso el sistema métrico decimal en todo
el estado español. Hasta entonces las mercancías se pesaban en onzas, arrobas,
adarmes, libras… con un agravante, no en todas las poblaciones el peso de cada
una de estas medidas tenía el mismo valor. Así, por ejemplo, una libra de miel
comprada en Sevilla tenía algo menos peso que una libra alicantina, alrededor
de un 20% menos, aunque la miel en ambos casos fuera de la misma colmena.
Las variaciones no se producían únicamente en provincias diferentes, podía
ocurrir que las medidas fueran diferentes de una comarca a otra limítrofe. Para
poner orden en una situación tan caótica, el 9 de diciembre de 1852 se
publicaba una Real Orden que unificaba los pesos en toda España estableciendo
la equivalencia de las unidades del sistema métrico con las de las utilizadas
en cada provincia. Aun así, aun tardarían muchos años en desaparecer del
vocabulario popular expresiones referidas al peso en arrobas, onzas, quintales o
celemines.
Ahora, por fortuna, la miel que se vende en Alicante pesa exactamente lo mismo que
la que se vende en otras poblaciones, lo que se puede comprobar con nuestras básculas industriales en Sevilla.
Sin embargo, pese a que el sistema métrico es prácticamente universal, algunos
países como Gran Bretaña o EE.UU. siguen empleando el sistema imperial de pesos
y medidas, pero de ellas hablaremos en otro artículo del blog de S.I.P.A.C.